Todos sabemos que la basura constituye un gran problema para nuestra sociedad. Aunque probablemente en Buenos Aires se destaque por su volumen, no es una dificultad exclusiva de la ciudad; quien haya viajado por el país habrá visto que el problema de los residuos excede los límites del Riachuelo y la Av. General Paz. Según datos recientes del Ministerio de Ambiente y Espacio Público del GCBA, la Ciudad de Buenos Aires genera 5.064 toneladas diarias de residuos, y frecuentemente escuchamos señales de alarma relativas al agotamiento inminente del espacio en los rellenos sanitarios bonaerenses. La Ley 1854 de gestión de residuos sólidos urbanos, más conocida como ley de Basura Cero, parece una solución que no carece de consenso; si bien el mayor inconveniente sería su aplicación, ya que no se están cumpliendo los plazos previstos en su artículo 6º. Todos acuerdan con la reducción progresiva de los residuos sólidos urbanos por medio de la adopción de un conjunto de medidas orientadas a la reducción en la generación de residuos, la separación selectiva, la recuperación y el reciclado. Día tras día escuchamos opiniones sobre el asunto, en muchas ocasiones se presentan ejemplos de otras sociedades de las que se tomó el modelo Basura Cero. Entre los que participan de este debate, también están los que opinan sobre el papel de la educación en esta cuestión, por ejemplo juzgan si la escuela pública enseña o no sobre la separación y reutilización de los deshechos.
Es cierto, la educación juega un papel muy importante en la creación de conciencia en los niños y -a través de ellos- en sus familias. Desde hace ya mucho tiempo que las escuelas se hacen cargo de la educación ambiental en todas sus dimensiones. Con frecuencia, en concordancia con los lineamientos curriculares, encargamos a nuestros alumnos relevar prácticas hogareñas que perjudican el medio ambiente para luego deliberar sobre hábitos alternativos que podrían reemplazarlas. Siempre considerando el nivel evolutivo de los niños, abordamos los problemas derivados del uso de las energías (tradicionales y alternativas), de la contaminación en sus diferentes formas, de la continuidad de las especies autóctonas de cada región, de los impactos ambientales de la urbanización y de los residuos de todo tipo (comunes, sanitarios, industriales, etcétera). También es habitual que en las escuelas los alumnos aprendan a reciclar y reutilizar objetos y materiales, y adhieran con entusiasmo a campañas para separar papel, cartón o plástico. El año pasado recibimos del Ministerio de Educación, cestos verdes y negros para separar y clasificar los residuos reciclables de lo que no lo son; y son los alumnos los que mejor conocen dónde debe depositarse cada desecho. Es sorprendente ver a niños de sólo 5 o 6 años dirigirse con un papel directamente al lugar donde se depositan los papeles para ser reciclados.
Este año tuve la oportunidad de observar el comportamiento en relación con los residuos en una escuela privada del condado de Hamilton, Indiana, Estados Unidos. En lo que respecta a la educación de los niños, el tema de la basura parece haber dejado de ser un problema. No importa el color del tacho, todos saben dónde tirar. En el comedor escolar pueden verse grandes baldes para cada tipo de restos. Lo mismo sucede en el exterior del edificio, se ve un contenedor para cada tipo de residuos. Los viernes los alumnos de los grados superiores se encargan de llevar a los contenedores los papeles que todos juntaron durante la semana. La ciudad de Indianápolis participa en el programa STAR, un programa que propone estándares y herramientas de sostenibilidad a los gobiernos locales principalmente mediante financiamiento mixto, estrategias de formación y acciones tendientes al estímulo mediante el reconocimiento de los logros obtenidos por cada municipio. El programa STAR define "comunidad sostenible" a aquella que se basa en una economía fuerte, un medio ambiente sano y una calidad de vida excepcional. En la gestión de los residuos urbanos están contempladas todas las posibilidades: recolección de residuos pesados, escombros, reciclables, animales muertos, nieve y una innumerable cantidad de servicios que incluyen un programa de recolección diferenciada para las hojas de los árboles durante el otoño. Todo parece indicar que hay fuertes políticas públicas y regulaciones exhaustivas en relación con el tratamiento de los residuos. Por otra parte, y esto no es un dato para ignorar, para esta sociedad las normas y legislaciones son mucho más que una sugerencia.
Sin embargo, en todas las latitudes pocos ponen en cuestión el tema del consumo. El crecimiento económico y la productividad se han basado en actividades que agotan los recursos del planeta y lo contaminan enormemente, suponiendo un acceso ilimitado a la naturaleza y sus recursos. En este sentido, deben instaurarse modos de producción, pautas de consumo y formas de vida que acaben con el despilfarro actual, principalmente en los países más industrializados. La necesidad de organizar la economía de acuerdo con otros patrones de producción y consumo ya no es una cuestión de opinión moral o política, es un imperativo vital que nos exige a todos poner algo de nuestra parte. ¿Qué puede hacer la escuela frente a un problema tan complejo que excede totalmente sus alcances? En primer lugar podemos promover en nuestros alumnos la reflexión sobre el consumo responsable que los habitantes podemos practicar. Más allá de reutilizar y reciclar debemos valorar las opciones más justas, solidarias o ecológicas de producción, en las que -por supuesto- no existan la discriminación ni la explotación, y consumir de acuerdo con esos valores. Además debemos reducir nuestros niveles de consumo, distinguir entre necesidades reales e impuestas, poner énfasis en la austeridad. Es importante reflexionar con los chicos que el progreso, el desarrollo humano, el bienestar, la reducción de la pobreza no son sinónimos de consumo desenfrenado por ejemplo de automóviles, computadoras o teléfonos móviles. No debemos relacionar “estar bien” con consumir, sino con el hecho de satisfacer nuestras necesidades básicas de alimentación, salud, vivienda, educación, así como de disponer de tiempo libre, descansar, relacionarnos socialmente, hacer realidad nuestros proyectos en cualquier ámbito que elijamos, o bien otras necesidades legítimas que puedan sentir los diferentes individuos o grupos humanos. Estos principios implicarían un cambio profundo en nuestra escala de valores y en nuestras prioridades pero si nuestro modelo de desarrollo genera desigualdad y destruye el ambiente, la escuela debe intentarlo.
Por otra parte no debemos olvidar que es responsabilidad de los Estados de todo el mundo preservar el ambiente y garantizar un hábitat adecuado para toda la población. Como ciudadanos tenemos el derecho a ello. La formación de la ciudadanía como práctica no se restringe a los saberes transmitidos en un área del aprendizaje como la formación cívica o cualquier asignatura similar, por el contrario es –o debería ser- tema de análisis y discusión en muchas áreas de aprendizaje incluyendo cuestiones que toman la consideración de la responsabilidad del Estado, el conflicto de intereses, los problemas de la agenda internacional, las prácticas culturales en relación con el consumo y con el medio ambiente, el análisis de los mensajes de los medios de comunicación, entre otras.
En conclusión, la escuela tiene muchos más desafíos por realizar, qué hacer, qué enseñar, que tenemos que tener dos bolsas de residuos, y la falta de verdadero interés de ciertos sectores de la sociedad por los problemas climáticos no debe paralizar las acciones de los maestros en su lucha por lograr pequeños cambios. La visibilidad dada a la causa ambiental sirvió para generar conciencia y comenzar a cambiar malos hábitos de consumo. Es tarea de la escuela trabajar en la creación de esa nueva conciencia. El nuevo foco no debería ser el desarrollo sustentable sino la vida. Si cambiáramos nuestros hábitos de consumo la economía tendría que reorientarse respetando los límites de cada ecosistema y obedeciendo a los ritmos de la naturaleza. Tenemos que intentarlo. El desafío de la escuela es convencer de que podemos ser más con menos.
Claudia Ferrentino
Directora Escuela Primaria Nº8 DE 6 “Almafuerte” |